26 de octubre de 2011
Mercado de esclavos
Hubo una época que Sevilla era la capital del mundo, no me acusen de ombliguismo (el pecado más usual en el sevillano), pero es que dirigíamos todo el comercio con América.
Y de ese comercio con América os quiero hablar hoy. De América no se traía solo oro (que gran parte se ha quedado en el océano Atlántico, y los yanquis nos lo quieren quitar) y plata, ni tampoco especias ni maderas (gran parte de las imágenes religiosas son de madera procedente de América), también se traían esclavos.
Si no se habían fijado (cosa que es normal), en los alrededores de la Catedral, en los muros que recorren el patio de los naranjos, al exterior hay una serie de gradas como estas:
En semana santa, es normal ver aquí lo que yo llamo “la mini-campana”, porque se llena de familias con sus sillitas plegables de los chinos haciendo varias filas de sillas, tos con sus bocatas para aguantar el tipo, viendo salir a las hermandades de la Catedral, y hay otra gente que se sube a estas gradas.
Estas gradas no se inventaron pa ver la Semana Santa, no, se pusieron para exponer a los esclavos traídos de América, vamos, como un escaparate del Zara, pos iguá. Al haber varias alturas, los vendedores podían poner más esclavos en exposición para su compra-venta, así que ya saben, cuando pasen por la Magna Hispalensis (no te me asustes, es el “segundo nombre” de la catedral), ya sabrán que por ahí ponían a los “cheguampitos” (nótese que soy todo lo contrario a racista) para que fuesen esclavos de los que vivían en las casas señoriales, las cuales un día hablaré de ellas, porque las hay a millares.
Éste es otro ejemplo, como el de la judería, en el que el humano muestra su cara más cruel.
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